Tejiendo paz en Colombia

 

“A las mujeres les digo que nos organicemos, que ya no somos las mujeres de antes. Por el machismo nosotras éramos las que estábamos atrás, pero ahora ya no, nos hemos venido organizando y gracias a unas capacitaciones que nos dieron y creyendo en lo que somos capaces, hemos perdido el miedo”.

Se trata de Luz Marina Colimba, una campesina del departamento de Nariño que se ha beneficiado de las iniciativas impulsadas en los últimos dos años por uno de los programas conjuntos que financia en Colombia el Fondo para el Logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (F-ODM).

Sus manos no paraban de tejer una bufanda mientras contaba su historia. “Estas mismas manos que tejen ahora, han criado hijos, nietos, arado la tierra, e incluso ya tejen no solo bufandas sino también paz y escriben nuevas historias para mí como mujer y mi comunidad”.

Al menos tres de cada diez colombianos son pobres y al menos uno de cada diez vive en pobreza extrema, una realidad que afecta especialmente a las mujeres, en un país donde las grandes brechas en materia de igualdad económica y social son un obstáculo para el desarrollo y la construcción de paz.

El programa conjunto “Construcción de Paz” ha trabajado con las mujeres del municipio del Cumbal, en Nariño, en temas relacionados con seguridad alimentaria, género y construcción de paz, así como en los procesos de recuperación de semillas ancestrales y el fortalecimiento de cultivos.

La chagra

Luz María nos cuenta que con el apoyo del programa han podido organizarse para vivir de la chagra, un claro abierto en la selva para sembrar diferentes plantas medicinales, rituales y de uso común, muy típico de las comunidades indígenas de la zona.

Las chagras representan una oportunidad única para recuperar saberes ancestrales y generar soberanía alimentaria para las familias campesinas, una manera de dignificar el trabajo de la tierra que posibilita el fortalecimiento de tejido de las familias campesinas de Nariño.

“Con una chagra en casa se está teniendo seguridad alimentaria, teniendo salud, una alimentación rápida, fácil y autosuficiente. Ya no me preocupa qué cocinar porque tengo más opciones, más verduras, incluso si alguien se enferma puedo buscar una planta, para ayudar así a mi familia y mi comunidad”.

Así nos lo cuenta Ana María Cuerpumal, otra campesina de cincuenta años, que con su mochila cruzada y una sonrisa en el rostro nos mostró orgullosa su trabajo de dos años: una chagra que se ha convertido en medio de sustento pero sobre todo en espacio de encuentro y trabajo alrededor de la tierra.

Luz Marina, por su parte, resalta otro de los beneficios: “Pero además hemos trabajado en algo muy importante y es creer en nosotras. Así como nos han ayudado a cultivar la tierra, nos han ayudado a fortalecer nuestra esencia, la complementariedad con nuestros esposos y con la madre naturaleza”.

Semillas ancestrales

Uno de los grandes aportes de la intervención del programa conjunto ha sido la recuperación de la siembra de las semillas ancestrales, que se habían perdido con el paso del tiempo o por la falta de uso de las comunidades campesinas.

Actualmente Luz María cultiva en su chagra papa, majúas, hoyocos, habas y arracachas, así como hierbas y plantas medicinales y cuyes, una especie de mamífero roedor originaria de la región andina de América del Sur que alcanza un peso de hasta un kilo.

Se trata de alimentos propios de la zona que posibilitan el auto sostenimiento y el trueque o “puyuacas”, que es el intercambio de alimentos entre comunidades, lo que ha generado espacios de encuentro y permitido fortalecer de esta práctica de comercio propia de campesinos e indígenas.

“Lo más bonito ha sido la organización entre compañeros y compañeras, para conocernos y compartir ideas (…) Antes no pasaba o se había perdido. Pero si uno comparte una idea ya se tiene una confianza y así nos convertimos en hermanos y hermanas alrededor de una olla comunitaria”, cuenta Luz María.

El programa conjunto apunta a generar capacidades en las comunidades en temas relacionados con la seguridad y soberanía alimentaria y a fortalecer procesos tendientes a la equidad de género, lo que lleva al reconocimiento y la construcción de la paz en este territorio, desde el ejercicio de los derechos.

Además se ha fortalecido el tejido social a través “mindalas”, rutas metodológicas para la construcción colectiva del conocimiento, el rescate de prácticas tradicionales, la recuperación de semillas y la inclusión de prácticas agrícolas en comunidades recolectoras y cazadoras.

“Este es un trabajo de toda la familia y espero que en el futuro mis hijos y mis nietos sigan cultivando, recuperando nuestras semillas ancestrales y la mejor manera de hacerlo es como lo hago yo, dando el ejemplo”, concluye Ana María.

El programa conjunto “Construcción de Paz” es una colaboración del Gobierno colombiano con cinco agencias del sistema de Naciones Unidas (FAO, PNUD, UNICEF, ACNUR y ONUMujeres) que tiene como objetivo combatir la pobreza y reducir las desigualdades en Colombia.

Entre otras iniciativas, el programa conjunto ha impulsado proyectos para mejorar la seguridad alimentaria a través del establecimiento de 509 chagras en sus dos zonas de actuación, he impartido cursos a unas 300 mujeres en Escuelas de Formación de Género.

 

 

 

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